“Laborem exercens” y “El espíritu del trabajo humano” de Stefan Wyszyński

Hoy, pocos recuerdan que Stefan Wyszyński fue uno de los pioneros de las reflexiones teológicas contemporáneas sobre el trabajo. A finales de los años 50 y principios de los años 60, su obra más importante en este campo, “El espíritu del trabajo humano”, fue traducida al español, alemán, portugués, francés, inglés, holandés e italiano. En el 40 aniversario de la encíclica “Laborem exercens”, vale la pena reflexionar en qué medida esta reflexión moldeó la comprensión del trabajo por Juan Pablo II.
Cardenales Stefan Wyszyński y Karol Wojtyła durante la procesión a Skałka en 1976. Foto. Stanisław Skladanowski
1946
La primera edición del libro “El espíritu del trabajo humano” de Stefan Wyszyński. El padre Stefan Wyszyński ya había sido nombrado obispo de Lublin, mientras que Karol Wojtyła estaba terminando sus estudios de teología en Cracovia.
1957-1961
Se publican las siguientes ediciones de “El espíritu del trabajo humano”. En 1957 se reedita en Polonia (luego las autoridades comunistas prohibieron su impresión). A finales de los años 50 y 60 se publicaron 8 ediciones extranjeras. Durante ese período, el padreKarol Wojtyła se convirtió en obispo auxiliar de Cracovia y comienza su cooperación directa con el primado Stefan Wyszyński.
1981
La publicación de la encíclica “Laborem exercens”, prevista para el 15 de mayo de 1981, se aplaza debido al intento de asesinato del Papa. Dos semanas después muere el cardenal Stefan Wyszyński. Finalmente, “Laborem exercens” no se publica hasta el 14 de septiembre de 1981.
Visión común
La encíclica “Laborem exercens” iba a ser anunciada el 15 de mayo de 1981. El primado ya se estaba muriendo en ese momento, padecía de cáncer de páncreas. No se levantaba de la cama desde finales de marzo, pero seguía en contacto con Juan Pablo II. Hasta el final, la principal preocupación del primado fue el destino de los obreros polacos. El 28 de marzo, en una de las últimas cartas al primado, el Papa escribía sobre los polacos “que ven la necesidad de comprometerse plenamente con su trabajo”.

El 13 de mayo, el mundo se conmocionó con la información sobre el atentado contra Juan Pablo II. El Papa fue hospitalizado en estado crítico. Era imposible que se publicara la encíclica. Stefan Wyszyński murió dos semanas después. No llegó a conocer la encíclica papal sobre el tema que consideraba uno de los más importantes en la labor pastoral y que era su mayor pasión científica. “Laborem exercens” no se publicó hasta el 14 de septiembre de 1981.

“El espíritu del trabajo humano” fue publicado por Wyszyński en 1946, todavía como sacerdote. El libro fue escrito durante la Segunda Guerra Mundial; incluyó en él las conferencias que dio durante los cursos de enseñanza clandestinos en Varsovia y Laski. 35 años separan este libro de “Laborem exercens”, durante los que las circunstancias del trabajo han cambiado de manera fundamental. El libro de Wyszyński había de dar fuerzas para reconstruir el país después de la guerra. “Laborem exercens” se creó “cuando en el primer plano se ponía el problema «mundial»”, es decir, la “distribución desproporcionada de la riqueza y la pobreza” en varias regiones del mundo. La encíclica pedía “la dignidad y los derechos de la gente trabajadora” en todo el mundo.

El propósito diferente de estas dos obras da como resultado una distribución diferente del énfasis. Juan Pablo II se centró en la relación entre el patrono y el trabajador, defendiendo a este último. Stefan Wyszyński escribía sobre todo a los trabajadores, esbozando una visión de un buen trabajo. Aparte de eso, sin embargo, “Laborem exercens” y “El espíritu del trabajo humano” tienen casi todo en común: planteamientos filosóficos y teológicos, lenguaje, argumentación y conclusiones.
Lucha justa
“Laborem exercens” es, en cierta medida, una llamada a la lucha “por los derechos justos de la gente trabajadora”. En la encíclica, Juan Pablo II se confrontó con la idea de la lucha de clases, lucha de los trabajadores contra los patronos. Escribía que esa lucha estalló a gran escala, principalmente a través de la actividad política de los comunistas, pero creía que su origen era un conflicto real: los dueños de los medios de producción a menudo usaban su ventaja sobre los trabajadores, sin proporcionarles unas condiciones de trabajo adecuadas. Un verdadero conflicto de intereses y una evidente injusticia tiene derecho a desembocar en una lucha. “Debe ser tratado como un esfuerzo normal por el bien adecuado (…), pero no es una lucha «contra» los demás. (…) Lo que pasa con el trabajo es que ante todo une a las personas”.

“Solo el trabajo mal organizado, un sistema de trabajo injusto, un trabajo agotador que excede la resistencia humana, puede humillar al hombre. Entonces nace la rebelión del mundo del trabajo”, escribía el padre Wyszyński, “Rebelión justificada, para que el hombre (...) no salga peor y más ordinario del taller donde la naturaleza muerta se ennoblece”. Como causa principal del conflicto, el padre Wyszyński consideraba tal organización del trabajo donde el hombre cambia solo el mundo que lo rodea y no a sí mismo. El trabajo debe satisfacer “la naturaleza racional del hombre que mediante el trabajo llega a conocerse plenamente y expresarse del todo”. Como escribía Juan Pablo II, el trabajo es un bien que corresponde a la dignidad humana, porque mediante el trabajo el hombre “se realiza a sí mismo como hombre y también, en un cierto sentido «se hace más hombre»”. Solo el trabajo en el que el hombre se desarrolla es digno de un hombre. Y, como convencía el padre Wyszyński, “los empresarios, jefes y organizadores del trabajo tienen una obligación moral de organizar las condiciones de trabajo de modo que este sea digno de un hombre”.

Pancartas
Pancartas en un edificio de viviendas durante la peregrinación de Juan Pablo II a Polonia en 1987. Foto. Stanislaw Skladanowski
Marca del hombre
El hombre está llamado a trabajar – escribía Juan Pablo II al comienzo de la encíclica – “solamente el hombre es capaz de trabajar y solamente él puede llevarlo a cabo”. “El trabajo lleva una marca especial del hombre”, la marca fundamental para su propia naturaleza. Stefan Wyszyński razonaba de la misma manera: “En realidad, no hay trabajo, en el sentido estricto de la palabra, que pueda separarse del hombre”.

Por lo tanto, el trabajo es una expresión de la naturaleza humana, y su fin es también el propio hombre: “Ha triunfado en todos nosotros el mito del pago por el trabajo: jornal, trabajo a destajo, salario, honorarios”, escribía el padre Wyszyński. Y el objetivo del trabajo debe ser principalmente mejorar al hombre que trabaja: “debe realizarse de manera que a consecuencia del mismo el hombre mejore no solo en términos de habilidades físicas sino también morales”. Pues, aunque diferentes trabajos pueden tener diferente valor, en lo que se refiere al tipo de actividad realizada (seguramente, el trabajo de un médico puede ser más valorado que el de un publicista), ya que el trabajo siempre lo realiza un hombre para otro hombre, el valor del trabajo “se mide sobre todo por la medida de la dignidad del propio sujeto del trabajo (…), del hombre que lo realiza”.

El problema fundamental de los trabajadores en la visión de Juan Pablo II y Stefan Wyszyński no es, por lo tanto, el salario ni el tiempo de trabajo. El conflicto entre los trabajadores y patronos surge cuando “se trata al hombre como herramienta de producción”, únicamente como herramienta, haciendo caso omiso de que todo trabajador es “hacedor y creador”.
Participación
En esta perspectiva, el deber del patrono es crear un lugar de trabajo donde el trabajador desarrolle no solo las habilidades profesionales, sino también las habilidades blandas, y donde cada trabajador sea, en cierto sentido, anfitrión, sienta que trabaja “por su propia cuenta”. Lo uno no se puede lograr sin lo otro. Un desarrollo universal es posible solo cuando todo el hombre esté comprometido con el trabajo, es decir, escribe el padre Wyszyński, “la razón, voluntad, sentimiento, fuerzas físicas”. Esto, a su vez, no se puede hacer sin incluir, aunque sea de manera mínima, a los trabajadores en el proceso de toma de decisiones. A su vez, los trabajadores que constantemente adquieren nuevas competencias pueden involucrarse cada vez más en la gestión de la planta.

Juan Pablo II en “Laborem exercens” dio dos formas específicas de influir los trabajadores en el lugar de trabajo. El primero es la participación en los sindicatos. Al Papa le gustaría que los sindicatos participasen solo en caso extremo en la lucha contra los patronos, por ejemplo, a través de las huelgas. En última instancia, escribía Juan Pablo II, en la comunidad de trabajo “deben unirse los que trabajan y los que tienen los medios de producción”. Por lo tanto, los sindicatos deberían actuar en la mayor armonía posible con los patronos.

La segunda forma mencionada por Juan Pablo II para convertir a los trabajadores en anfitriones es la idea de incluir a los trabajadores en las participaciones o beneficios de la empresa en la que trabajan. Juan Pablo II se refirió al principio repetido en la Iglesia Católica desde los tiempos de Santo Tomás de Aquino: el derecho de propiedad está subordinado a la ley de uso universal de los bienes. De acuerdo con esta doctrina, los medios materiales no pueden poseerse solo por el propio hecho de poseer. El padre Wyszyński, refiriéndose a este principio, escribe sobre la necesidad de dar a los necesitados el dinero que se gana por encima de sus propias necesidades. Juan Pablo II fue más allá en sus conclusiones, sacando de ello la razonabilidad de la participación de los trabajadores en los beneficios o participaciones de la empresa.

Sin embargo, estos son solo ejemplos utilizados por Juan Pablo II para mostrar la posibilidad de puesta en práctica de los postulados filosóficos y teológicos sobre la dignidad del trabajo, de modo que el trabajador se convierta en “un sujeto consciente y libre, es decir, que decide sobre sí mismo”.
Origen de la dignidad
Todo el “trabajo exterior”, como lo llamó el padre Wyszyński, o “trabajo objetivo”, como escribía sobre él Juan Pablo II, tiene su origen en la subjetividad del trabajo. Cambiar el mundo exterior se lleva a cabo de manera adecuada cuando en el trabajo se respeta la subjetividad del hombre. El padre Wyszyński formuló el principio de que “la vida interior es la base de la vida exterior”, el desarrollo personal en el sentido de, p.ej. desarrollo de las virtudes, es necesario para lograr los efectos del trabajo apropiados indicados por el Papa y el futuro primado: desarrollo de la ciencia y la técnica, creación de la cultura, multiplicación del bien en la nación, y a través de la nación, del bien universal, desarrollo de la justicia y la fraternidad.

Para ambos autores, el trabajo exterior es de gran importancia: es la complementación de la creación del mundo por parte de Dios. “El hombre, creado a imagen de Dios, a través de su trabajo participa en la obra de su Creador y, en la medida de sus capacidades humanas, en cierto sentido la desarrolla y la completa”, escribía el Papa. El futuro primado lo percibía de la misma manera: “[Dios] confía al hombre la ejecución de su plan con todo detalle”.

El primado
El primado Wyszyński era famoso por su intenso trabajo.
Foto. Maria Okońska/Instituto Primacial Cardenal Stefan Wyszyński

“Porque creado a imagen y semejanza del Propio Dios en el universo visible, creado para someter la tierra, el hombre por esto mismo es llamado desde el principio a trabajar”. Así entienden ambos autores la bendición de Dios dirigida al hombre en el Libro del Génesis: “¡Someted la tierra!”. En el trabajo del hombre se expresa la semejanza con Dios Creador, cuya obra de creación del mundo se presenta en la Biblia como trabajo. En el trabajo también el hombre se asemeja a Jesús que como carpintero “dedicó varios años de su vida al trabajo físico”. Ambos persuadían que en el arduo trabajo “en unión con el Cristo crucificado por nosotros, el hombre coopera de cierta manera con el Hijo de Dios en la redención de la humanidad”.

Es cierto que Juan Pablo II dirigió su encíclica no solo a los cristianos, sino a todas las personas de buena voluntad, pero cabe señalar que la dignidad del trabajo humano en la obra del Papa se basa – como en el caso del futuro primado – únicamente en la revelación cristiana. Para quienes no reconocen la Biblia como revelación divina, la encíclica carece de una justificación aceptable de la dignidad del trabajo humano.
Inspiración
“Laborem exercens” y “El espíritu del trabajo humano” hablan del trabajo de forma coherente. Sin duda, esto se debe en gran medida al hecho de que Juan Pablo II y Stefan Wyszyński se formaron en la misma tradición de pensamiento. Por tanto, son comunes los puntos de referencia, sobre todo la Biblia, las obras de Santo Tomás de Aquino y las encíclicas de los papas anteriores sobre la doctrina social católica. Ambas obras se escribían también en el contexto de dos doctrinas económicas que competían en el mundo en ese momento: el liberalismo y el comunismo.

No he podido encontrar ninguna evidencia fehaciente de que Karol Wojtyła, como sacerdote u obispo, leía “El espíritu del trabajo humano”. Sin embargo, es difícil suponer que no leyó una de las obras del primado más importantes y leídas en el mundo, por quien sentía un gran respeto.

Parece que tanto el “El espíritu del trabajo humano”, como los años de cooperación y amistad durante el período episcopal de Karol Wojtyła, dejaron una huella clara en la comprensión del trabajo por parte del futuro Papa, que se puede notar en la encíclica “Laborem exercens”.
Citas sobre el trabajo – comparación
Juan Pablo II sobre el trabajo – citas de “Laborem exercens”
  • “De este modo el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza”.
  • “El trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre”. “En efecto no hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto consciente y libre, es decir, un sujeto que decide de sí mismo”.
  • “El primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto. A esto va unida inmediatamente una consecuencia muy importante de naturaleza ética: es cierto que el hombre está destinado y llamado al trabajo; pero, ante todo, el trabajo está «en función del hombre» y no el hombre «en función del trabajo»”.
  • “El hombre (...) debería ser tratado como sujeto eficiente [de producción] y su verdadero artífice y creador”.
  • “En la palabra de la divina Revelación está inscrita muy profundamente esta verdad fundamental, que el hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra del Creador, y según la medida de sus propias posibilidades, en cierto sentido, continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada vez más en el descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado”.

Stefan Wyszyński sobre el trabajo – citas de “El espíritu del trabajo humano”
  • “Porque el trabajo está fuertemente relacionado con la voluntad humana. Prácticamente no hay trabajo, en el sentido estricto de la palabra, que pueda separarse del hombre”.
  • “El trabajo une al hombre con el hombre, no hay ninguna duda al respecto. No hay trabajo en el que el hombre únicamente esté encerrado en sí mismo”.
  • “Participan en él: nuestra mente, voluntad, sentimiento, fuerzas físicas. La imagen ideal de un hombre trabajador es precisamente cuando ninguno de los dones que el hombre ha recibido está excluido de la participación en el transcurso del trabajo”.
  • “El trabajo no es tanto una triste necesidad, no solo una salvación del hambre y frío, sino que es una necesidad de la naturaleza racional del hombre, que mediante el trabajo se conoce plenamente a sí mismo y se expresa del todo”.
  • “Cuando penetremos en las intenciones de Dios, cuando cooperamos con él, el trabajo más duro pierde parte de su peso (...). El trabajo adquiere nobleza, sublimidad y dignidad. Incluso el más sucio, se convierte en el servicio a Dios. Dios no disminuyó su gloria, rebajándose al nivel del lodo de la tierra cuando sacó de ella a Adán. El trabajo más indigno tiene en sí el estigma de la humanidad y la filiación divina”.

Autor del texto: Ignacy Masny,
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