La Navidad de Juan Pablo II

Instauró la tradición de montar el belenismo y erigir el árbol navideño en la Plaza de San Pedro, cantaba con entusiasmo villancicos navideños y participó en muchas reuniones navideñas. Hizo discursos y mensajes hermosos para el Tiempo de Navidad.

Szopka bożonarodzeniowa na placu św. Piotra w Watykanie. Fot. Donatella Giagnori/ EIDON/REPORTER/ East News.
1223
El primero belen en Greccio (Italia) montado a pedido de San Francisco de Asís; el principio de la tradición de belenismos.  
los finales del siglo XV
El principio de la tradición de árboles navideños; los primeros aparecieron en Alemania (en Alsacia). 
1969
El tercer domingo de Adviento Pablo VI imparte por primera vez la bendición a las estatuillas de los niños Dios traídos a la Plaza de San Pedro por niños de los belenismos de sus casas. Esta tradición continúa hoy.  
1982
A pedido de Juan Pablo II, por primera vez montan el belenismo y erigen el árbol navideño en la Plaza de San Pedro en Roma.  
1997
Do Watykanu trafia choinka z Polski, z Księżówki. 
Ven de todo el mundo
Basílica de San Pedro, Miércoles 24 de diciembre de 1997, Santa Misa de Nochebuena, homilía de Juan Pablo II:

(...)
"Este es el acontecimiento histórico cargado de misterio: nace un tierno niño, plenamente humano, pero que es al mismo tiempo el Hijo unigénito del Padre. Es el Hijo no creado, sino engendrado eternamente. Hijo de la misma naturaleza que el Padre, «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero ». Es la Palabra, «por medio de la cual fueron creadas todas las cosas».

Proclamaremos estas verdades dentro de poco en el Credo y añadiremos: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y, por obra del Espíritu Santo, se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre». Profesando con toda la Iglesia nuestra fe, también en esta noche reconoceremos la gracia sorprendente que nos concede la misericordia del Señor.

Israel, el pueblo de Dios de la antigua Alianza, fue elegido para traer al mundo, como «renuevo de la estirpe de David », al Mesías, al Salvador y Redentor de toda la humanidad. Junto con un miembro insigne de ese pueblo, el profeta Isaías, dirijámonos, pues, hacia Belén con la mirada de la espera mesiánica. A la luz divina podemos entrever cómo se está cumpliendo la antigua Alianza y cómo, con el nacimiento de Cristo, se revela una Alianza nueva y eterna.

3. De esta Alianza nueva habla san Pablo en el pasaje de la carta a Tito que acabamos de escuchar: «Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2, 11). Precisamente esta gracia permite a la humanidad vivir «aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo », que «se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad, y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras» (Tt 2, 14).

A nosotros, queridísimos hermanos y hermanas, se dirige hoy este mensaje de gracia. Por tanto, escuchad. A todos los «que Dios ama», a los que acogen la invitación a orar y velar en esta santa Noche de Navidad, repito con alegría: Se ha manifestado el amor que Dios nos tiene. Su amor es gracia y fidelidad, misericordia y verdad. Es él quien, librándonos de las tinieblas del pecado y de la muerte, se ha convertido en firme e indestructible fundamento de la esperanza de cada ser humano.

El canto litúrgico lo repite con alegre insistencia: ¡Venid, adoremos! Venid de todas las partes del mundo a contemplar lo que ha sucedido en el portal de Belén. Nos ha nacido el Redentor y esto constituye hoy, para nosotros y para todos, un don de salvación".
(...)



La tradición nueva
La celebración anual del nacimiento de Jesucristo en Belén, o el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, el 25 de diciembre (en la iglesia ortodoxa 13 días más tarde) está vinculada con muchas tradiciones y costumbres. Karol Wojtyła les cuidaba desde su juventud y luego las trajo al Vaticano, donde p.ej. la costumbre polaca de partir la oblea de Navidad antes de la cena de la Nochebuena fue desconocida. En Polonia, antes de empezar la vigilia, una cena festiva el 24 de diciembre, familias parten la oblea de Navidad - un tipo de wafle blanco y fino, hecho de harina y agua - y se felicitan las fiestas. El Papa adjuntaba también las obleas de Navidad a las tarjetas de Navidad, una parte de las cuales escribía personalmente. 

Fue Juan Pablo II que decidió por primera vez poner el belenismo y el árbol navideño en la Plaza de San Pedro, el lugar donde los fieles se encuentran con el Papa. Así fue y la tradición echó raíces en el Vaticano permanentemente. La tradición de montar belenismos en casas e iglesias existía en Italia desde hace siglos, pero decorar el árbol de Navidad no era una costumbre. Mientras en Polonia es difícil imaginarse Navidad sin un árbol navideño en casa. 

Eso es lo que el Papa dijo sobre la significancia de los símbolos festivos: 

«La oblea de Navidad es el pan de conciliación... Dios viene al hombre, Dios nos ofrece una conciliación con Él… Y eso es donde nace un tipo de la primera respuesta del hombre. Si 
Dios se reconcilia con nosotros, si Jesús nace en Belén, entonces yo, un hombre, tengo que reconciliarme con mi hermano» (discurso del Papa a los polacos que llegaron al Encuentro Europeo, el 1 de enero 1983, el Vaticano).

«Sea pequeño o grande, sencillo o elaborado, el belén constituye una representación familiar y muy expresiva de la Navidad. Es un elemento de nuestra cultura y del arte, pero sobre todo un signo de fe en Dios, que en Belén "vino a habitar entre nosotros" (cf. Jn 1, 14).» dijo el Papa (Domingo 12 de diciembre de 2004, el Vaticano).

El árbol navideño también expresa una verdad profunda: «Se trata de una costumbre igualmente antigua, que exalta el valor de la vida, porque en la estación invernal el abeto siempre verde se convierte en signo de la vida que no muere. Por lo general, en el árbol adornado y en su base se ponen los regalos navideños. Así, el símbolo se hace elocuente también en sentido típicamente cristiano:  nos recuerda el "árbol de la vida" (cf. Gn 2, 9), figura de Cristo, don supremo de Dios a la humanidad. 
Por tanto, el mensaje del árbol de Navidad es que la vida permanece "siempre verde" si se convierte en don:  no tanto de cosas materiales, cuanto de sí mismos:  en la amistad y en el afecto sincero, en la ayuda fraterna y en el perdón, en el tiempo compartido y en la escucha recíproca.  (Domingo 19 de diciembre de 2004, el Vaticano)». En otro discurso, el Papa mostró la relación entre el Árbol de Navidad y el Árbol de la Cruz. 


Cantar villancicos navideños hasta el cansancio
«La riqueza musical, poética y también teológica de los villancicos polacos es muy grande» dijo Juan Pablo II (cf. el discurso a polacos del 23 de diciembre 1996). Él mismo continuó la costumbre de cantar villancicos navideños juntos.

Como el obispo metropolitano de Cracovia, Wojtyła invitaba Środowisko (un grupo de sus amigos estudiantes y luego familias) y otros grupos a cantar villancicos navideños al Palacio Episcopal en la calle Franciszkańska 3. Esas reuniones tenían también lugar p.ej. en la casa de la familia Ciesielscy el segundo día de Navidad y en la casa de la familia Poźniak. «Cantábamos villancicos navideños hasta el cansancio, todos los versos. Le gustaba muchísimo, por eso nos visitaba cada el año en invierno durante la temporada navideña» relaciona Maria Poźniak. Ya entonces le gustaba cantar en armonía e improvisar versos nuevos sobre la situación o los participantes de la reunión, especialmente a la melodía de un villancico navideño polaco montañés “Oj, Maluśki, Maluśki”.

Cuando estaba en la Santa Sede, no rompió la tradición de cantar villancicos navideños con grupos diferentes. Se dice que su villancico navideño favorito era ya mencionada “Oj, Maluśki, Maluśki” (más específicamente es una pastorałka, un tipo de villancico navideño dramatizado). Mientras en sus sermones y discursos Juan Pablo II hizo muchas referencias a “Bóg się rodzi”, el villancico navideño que tiene contenido teológico profundo. 

60 lenguajes del mundo
El 24 diciembre de cada año el Papa preside misa de noche (Misa de Gallo) en la Basílica de San Pedro, que es transmitida por los medios a muchos países en todos los continentes. El día siguiente, el 25 de diciembre, desde el balcón de la basílica, da un mensaje navideño Urbi et Orbi (‘a la ciudad y al mundo’).

Durante el pontificado de Juan Pablo II ese mensaje a veces tomaba forma de una oración poética. Luego, antes de impartir la bendición apostólica, el Papa polaco felicitaba las fiestas a fieles en varias docenas de lenguajes (al fin de su pontificado eran hasta 62 lenguajes). Muchos de esos discursos, sermones escuchados por innumerables fieles, determinaban el estilo del pontificado de Juan Pablo II.

Vamos a recordar a uno de ellos.

Urbi et Orbi, Navidad, 25 de diciembre 2004:

(...)
2. Ante el pesebre donde nace indefenso,
que cesen tantas formas de creciente violencia,
causa de indecibles sufrimientos;
que se apaguen tantos focos de tensión,
que corren el riesgo de degenerar en conflictos abiertos;
que se consolide la voluntad de buscar soluciones pacíficas,
respetuosas de las legítimas aspiraciones de los hombres y de los pueblos. 

3. Niño de Belén, Profeta de paz,
alienta las iniciativas de diálogo y de reconciliación,
apoya los esfuerzos de paz que aunque tímidos,
pero llenos de esperanza, se están haciendo actualmente
por un presente y un futuro más sereno
para tantos hermanos y hermanas nuestros en el mundo.(...)

4. ¡Por doquier se ve la necesidad de paz!
Tú, que eres el Príncipe de la verdadera paz,
ayúdanos a comprender que la única vía para construirla
es huir horrorizados del mal
y buscar siempre y con valentía el bien.
¡Hombres de buena voluntad de todos los pueblos de la tierra,
venid con confianza al pesebre del Salvador!
“No quita los reinos humanos
quien da el Reino de los cielos” (cf. himno litúrgico).
Llegad para encontraros con Aquél
que viene para enseñarnos
el camino de la verdad, de la paz y del amor.

Un recién nacido frágil
Misa de Nochebuena, 24 de diciembre 2002, homilía de Juan Pablo II:

(...)
2. María "dio a la luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre" (Lc 2, 7).

He aquí el icono de la Navidad:  un recién nacido frágil, que las manos de una mujer envuelven con ropas pobres y acuestan en el pesebre.
¿Quién puede pensar que ese pequeño ser humano es el "Hijo del Altísimo"? (Lc 1, 32). Sólo ella, su Madre, conoce la verdad y guarda su misterio.
En esta noche también nosotros podemos "pasar" a través de su mirada, para reconocer en este Niño el rostro humano de Dios. También para nosotros, hombres del tercer milenio, es posible encontrar a Cristo y contemplarlo con los ojos de María.
La noche de Navidad se convierte así en escuela de fe y vida.

3. En la segunda lectura, que se acaba de proclamar, el apóstol san Pablo nos ayuda a comprender el acontecimiento-Cristo, que celebramos en esta noche de luz. Escribe:  "Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres" (Tt 2, 11).
La "gracia de Dios aparecida" en Jesús es su amor misericordioso, que dirige toda la historia de la salvación y la lleva a su cumplimiento definitivo. La revelación de Dios "en la humildad de nuestra carne" (Prefacio de Adviento I) anticipa  en  la  tierra  su "manifestación" gloriosa  al final  de los tiempos (cf. Tt 2, 13).

No sólo eso. El acontecimiento histórico que estamos viviendo en el misterio es el "camino" que se nos ofrece para llegar al encuentro con Cristo glorioso. En efecto, con su Encarnación, Jesús, -como dice el Apóstol- nos enseña a "renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos" (Tt 2, 12-13).

¡Oh Navidad del Señor, que has inspirado a santos de todos los tiempos! Pienso, entre otros, en san Bernardo y en sus elevaciones espirituales ante la conmovedora escena del belén; pienso en san Francisco de Asís, inventor inspirado de la primera animación "en vivo" del misterio de la Noche santa; pienso en santa Teresa del Niño Jesús, que con su "caminito" propuso nuevamente el auténtico espíritu de la Navidad a la orgullosa conciencia moderna.

4. "Encontraréis  un  niño  envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2, 12).

El Niño acostado en la pobreza de un pesebre: esta es la señal de Dios. Pasan los siglos y los milenios, pero queda la señal, y vale también para nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio. Es señal de esperanza para toda la familia humana:  señal de paz para cuantos sufren a causa de todo tipo de conflictos; señal de liberación para los pobres y los oprimidos; señal de misericordia para quien se encuentra encerrado en el círculo vicioso del pecado; señal de amor y de consuelo para quien se siente solo y abandonado.

Señal pequeña y frágil, humilde y silenciosa, pero llena de la fuerza de Dios, que por amor se hizo hombre".
(...)
Teología de los villancicos polacos
Discurso de Juan Pablo II a la comunidad polaca de Roma, 23 de diciembre de 1996:

(...), el maravilloso canto navideño polaco Nace Dios, escrito por Francisco Karpinski, poeta del siglo XVIII, lo transforma en mistagogia, en un himno que introduce en el misterio.
«¡Nace Dios, el poder del hombre queda anonadado, el Señor de los cielos se despoja! El fuego se amortigua, el fulgor se vela, el Infinito se pone límites».
Con estas palabras, el poeta ha presentado el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, recurriendo a los contrastes para expresar lo que es esencial al misterio: Dios infinito, al asumir la naturaleza humana, asumió al mismo tiempo los límites propios de la criatura. Y sigue: «...el Infinito se pone límites. Despreciado, revestido de gloria, Rey mortal de los siglos».
Y, por último, el canto navideño recurre a las palabras de san Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros».

Así, estas estrofas navideñas han traducido con un lenguaje musical lo que encierran las lecturas de las tres santas misas de la Navidad del Señor: la de medianoche, la de la aurora y la del día.

Mientras pienso en estas expresiones de la religiosidad popular, me vienen a la memoria todos los demás cantos navideños, que tienen una gran riqueza musical, poética y teológica. Recuerdo también las iglesias polacas donde resuenan las melodías sublimes, llenas de alegría, y a veces de melancolía, conmovedoras por su tono y sus contenidos, que cuentan las profundas verdades relacionadas con el acontecimiento y el misterio del nacimiento del Hijo de Dios. (...)

No hay que perder esta riqueza. Por eso hoy, al partir con vosotros el pan blanco de Navidad, deseo que todos vosotros, queridos compatriotas que estáis en la patria o aquí, en Roma, o en cualquier parte del mundo, cantéis los cantos navideños, meditando en lo que dicen, en su contenido, y encontréis en ellos la verdad sobre el amor de Dios, que se hizo hombre por nosotros.

Wołanie o pokój
Orędzie Urbi et Orbi 1996 r. Fot. Archiwum CMJP2

Nie mniej istotne od świątecznych zwyczajów były też oficjalne wystąpienia papieskie w okresie Bożego Narodzenia. Uroczysta msza pasterska o północy to prastara tradycja, łącząca chrześcijan ponad podziałami wyznaniowymi. Odprawiana na placu św. Piotra gromadziła zawsze nieprzebrane tłumy.

Również wygłaszane w dzień Bożego Narodzenia z balkonu bazyliki uroczyste orędzie Urbi et Orbi, to element świąt dużo starszy niż pontyfikat Jana Pawła II, jednak za jego czasów orędzie to przybierało nieraz formę poetyckiej modlitwy. Transmitowane za pośrednictwem mediów na cały świat, było dla niego jeszcze jedną okazją do podkreślenia przesłania o pokoju, dominującego w okresie bożonarodzeniowym. Jan Paweł II zazwyczaj odwoływał się do konkretnych wydarzeń, modląc się np. za ofiary konfliktów w Darfurze czy w Iraku. Po wygłoszeniu orędzia, a przed udzieleniem apostolskiego błogosławieństwa, papież Polak składał wiernym życzenia w kilkudziesięciu (pod koniec pontyfikatu nawet w 62) językach.

Wiele tych przemówień i homilii, słuchanych przez liczne rzesze wiernych, było wyznacznikiem stylu pontyfikatu Jana Pawła II. Bardzo dojmującym przykładem może być fragment ostatniego orędzia Urbi et Orbi, wygłoszonego 25 grudnia 2004 r.:

„Przy szopce, w której leżysz bezbronny,
niech ustanie wszelka przemoc,
która szerzy się, powodując nieopisane cierpienia;
niech wygasną liczne zarzewia napięć,
grożące wybuchem otwartych konfliktów;
niech pogłębi się pragnienie poszukiwania pokojowych rozwiązań,
w poszanowaniu uprawnionych dążeń ludzi i narodów.”

Od czasu pontyfikatu Pawła VI przyjął się dodatkowo zwyczaj obchodzenia w uroczystość Nowego Roku Światowego Dnia Pokoju i wygłaszania z tej okazji dorocznego papieskiego orędzia, co kontynuował również Jan Paweł II, odnosząc się w swoich przemówieniach do konkretnych wyzwań dla pokoju, takich jak brak wolności religijnej czy konieczność walki z nędzą.

Papież błogosławiący wiernym w trakcie Anioła Pańskiego w dniu 12 grudnia 1999 roku. Fot. Gabriel Bouys AFP/East News
Cytaty Jana Pawła II o Bożym Narodzeniu
O choince:
„Choinka mówi zatem, że życie jest «zawsze zielone», gdy staje się darem, nie tyle poprzez rzeczy, co przez dawanie samych siebie: w przyjaźni i w szczerej miłości, w niesieniu bratniej pomocy i przebaczaniu, we wspólnym spędzaniu czasu i we wzajemnym słuchaniu” (19 XII 2004 r., rozważanie przed modlitwą „Anioł Pański”).

O szopce:
„Mała czy duża, prosta czy wyszukana, szopka jest bliskim nam i jakże bardzo sugestywnym obrazem Bożego Narodzenia. Należy ona do naszej kultury i tradycji artystycznej, ale przede wszystkim jest znakiem wiary w Boga, który w Betlejem «zamieszkał wśród nas» (por. J 1, 14)” (12 XII 2004 r., rozważanie przed modlitwą „Anioł Pański”).

O opłatku:
„Opłatek to jest właśnie chleb pojednania... Bóg przychodzi do człowieka, Bóg nam ofiarowuje pojednanie z sobą.... I stąd rodzi się jak gdyby pierwsza odpowiedź człowieka. Jeżeli Bóg jedna się z nami, jeżeli Chrystus rodzi się w Betlejem, to ja, człowiek, muszę się pojednać z moim bratem” (1 I 1983 r., słowo do Polaków przybyłych na Spotkanie Młodych w Rzymie).

O pustym miejscu przy stole:
„Pięknym zwyczajem pozostawia się przy stole jedno miejsce wolne dla kogoś, kto może przyjść z drogi, dla nieznajomego. Te proste gesty znaczą bardzo wiele. Symbolizują one dobroć ludzkiego serca, które w drugim człowieku dostrzega — zwłaszcza w człowieku potrzebującym — obecność Chrystusa i wzywa, by wprowadzić brata i siostrę w klimat rodzinnego ciepła, zgodnie ze staropolskim: «Gość w dom — Bóg w dom»” (20 XII 1998 r., słowo podczas spotkania opłatkowego z Polakami).

O dzieciątku w żłóbku:
„Oto ikona Bożego Narodzenia: bezbronne niemowlę, które kobiece dłonie zawijają w ubogie pieluszki i składają w żłobie” (25 XII 2002 r., homilia podczas pasterki).

„Niemowlę leżące w ubogim żłóbku: oto Boży znak. Mijają wieki i tysiąclecia, ale znak pozostaje i przemawia również do nas, mężczyzn i kobiet trzeciego tysiąclecia. Jest to znak nadziei dla całej rodziny ludzkiej; znak pokoju dla tych, którzy cierpią z powodu wszelkiego rodzaju konfliktów; znak wolności dla biednych i uciśnionych; znak miłosierdzia dla tych, którzy zamknięci są w błędnym kole grzechu; znak miłości i pocieszenia dla każdego, kto czuje się samotny i opuszczony.
Jest to znak mały i delikatny, skromny i milczący, ale bogaty w moc Boga, który z miłości stał się człowiekiem” (25 XII 2002 r., homilia podczas pasterki).


Autor tekstu: Michał Sadowski
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