Karol Wojtyła y sacerdotes obreros

Hace 40 años Juan Pablo II publicó la encíclica “Laborem exercens”. Mientras la escribía, todavía tenía un vívido recuerdo de unas vacaciones de hace más de 30 años. En aquel tiempo, se adentraba en los suburbios pobres de París y Marsella junto con sacerdotes del movimiento de sacerdotes obreros, y en Bélgica bajaba a las minas con los mineros polacos. Estas experiencias dejaron una huella imborrable en él.
Fot. Dimitris Vetsikas/Pixabay
18 de mayo de 1947
El Príncipe Cardenal Adam Sapieha visita a Karol Wojtyła y Stanisław Starowieyski en el Colegio Belga de Roma y les encarga viajar por Europa Occidental, asegurando su financiación.
3 de julio de 1947
Karol Wojtyła aprueba su examen de licenciatura summa cum laude e inmediatamente después se va a Francia con Stanisław Starowieyski.
Julio de 1947
Los dos compañeros pasan un mes en Francia, visitando Marsella, Lourdes y París. Se encuentran con curas en ambientes obreros y hacen mucho turismo.
Agosto de 1947
Karol Wojtyła y Stanisław Starowieyski llegan a Bruselas alrededor del 6 de agosto. Pasan agosto aprendiendo métodos pastorales entre los obreros belgas, visitando Flandes y Valonia, y también hacen una expedición de unos 10 días a los Países Bajos.
Septiembre-agosto de 1947
Los compañeros se separan. Karol Wojtyła decide ayudar pastoralmente en la misión católica polaca cerca de Charleroi en Bélgica durante aproximadamente un mes. Trabaja entre los mineros de origen polaco. El 25 de octubre, de regreso a Roma, Karol Wojtyła visita Ars, la parroquia de San Juan María Vianney.
6 marzo de 1949
Un año y medio después de visitar Francia, Karol Wojtyła comparte sus reflexiones sobre el trabajo de los sacerdotes obreros en su primer artículo en “Tygodnik Powszechny” titulado “Mission de France”.
Un regalo del príncipe
En mayo de 1947, Adam Sapieha, príncipe y arzobispo de Cracovia, visitó en Roma a un joven sacerdote, Karol Wojtyła. Wojtyła vivía en el Colegio Belga y hacía el doctorado en el Angelicum de Roma. Sapieha decidió enviarlo, junto con su amigo Stanisław Starowieyski, de viaje a Francia, Bélgica y los Países Bajos. Se suponía que debían descansar, familiarizarse con el arte sacro del Occidente, pero sobre todo, aprender los nuevos métodos de la labor pastoral.

Wojtyła ya conocía un poco a la clase obrera. Durante la guerra, trabajó durante cuatro años en la fábrica Solvay de Cracovia. En Roma tuvo la oportunidad de familiarizarse con el tema desde el punto de vista teórico. En el Colegio Belga no faltaban oportunidades para debatir y leer sobre el movimiento obrero. Fue el tema más candente en un momento en que la Unión Soviética controlaba la mitad de Europa y los partidos comunistas estaban en su apogeo en los países occidentales. La cuestión obrera parecía ser uno de los más apremiantes para la Iglesia en ese momento.

Partieron en julio. Comenzó un camino de – como escribió más tarde el Papa en el libro “Don y Misterio” – “gran significado”.

Cardenal Adam Stefan Sapieha. Archivo NAC.
Encuentro con el estibador
La primera parada más larga de su ruta fue Marsella. En la ciudad, donde se encuentra uno de los mayores puertos de Europa, no faltan estibadores. Sin embargo, Karol Wojtyła y Stanisław Starowieyski estaban buscando a uno en especial: su nombre era Jacques Loew y era un fraile dominico. El padre Loew había estado trabajando como estibador durante seis años. Se hizo famoso por una encuesta publicada en 1943 sobre la vida de los obreros portuarios de Marsella, en la que mostraba la pobreza y las condiciones laborales de sus compañeros. Cuando conoció a Wojtyła, ya hacía un año que era párroco de la parroquia de La Cabucelle.

Loew recordaba como durante el almuerzo un obrero llamó a los sacerdotes “cerdos que explotan a los demás”. El sacerdote trabajaba allí como todos los demás, vestido con un mono de trabajo, por lo que los compañeros de trabajo no sabían con quién estaban tratando. “¿Conoces al cura de Cabucelle?” preguntó. “No”. “Soy yo”, dijo Loew, explicando que entendía el trabajo en las dársenas como seguimiento a Jesús, sufrimiento junto con los pobres. Los sacerdotes obreros intentaban vivir como los compañeros de las fábricas. Trabajaban a jornada completa, a menudo por encima de sus fuerzas. Jacques Loew recordaba que apenas podía llevar los paquetes encargados. Otro sacerdote estibador, Michel Favreau, murió aplastado por una tonelada de madera en los muelles de Burdeos.

Karol Wojtyła. Foto. East News.

Hacer tal esfuerzo para muchos de ellos resultó ser la forma de dejar el sacerdocio. El agotamiento a menudo les impedía cumplir con sus deberes sacerdotales de rezar y celebrar misa a diario. La participación en la difícil situación de la clase obrera también condujo a menudo a la participación en la lucha de clases, en los sindicatos y en las protestas. En 1952, dos sacerdotes fueron golpeados y arrestados por participar en una manifestación. El experimento con los sacerdotes obreros provocó muchas tensiones y un control constante de si los sacerdotes que participaban en él no se olvidaban del servicio espiritual. Incluso, por este motivo, fue interrumpido temporalmente por el Papa Pío XII. Algunos de los sacerdotes obreros dejaron entonces su trabajo para la Iglesia en beneficio del Partido Comunista Francés.

Sin embargo, este no fue el caso de Loew. Como muchos otros sacerdotes del movimiento, supo compaginar el trabajo de estibador con los deberes de párroco. Wojtyła describió su trabajo y el de otros sacerdotes obreros que conoció durante las vacaciones en su primer artículo en “Tygodnik Powszechny” en 1949: “No es una actividad de resistencia, oposición, actividad «anti», al contrario, es una actividad positiva, actividad constructiva, que se esfuerza por construir. (…) se esfuerza por crear un nuevo tipo de cultura cristiana. Y la construye (…) en ambientes donde a veces han desaparecido las huellas de los edificios antiguos”.
¿Sacerdote o bonzo?
Jaqcues Loew fue uno de los líderes informales del movimiento. Los primeros sacerdotes que decidieron compaginar el servicio pastoral con el trabajo profesional en la fábrica aparecieron antes de la guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, creció en la Iglesia francesa un sentimiento de desconexión de la realidad de la vida de los trabajadores industriales. Varios cientos de sacerdotes fueron enviados a los obreros forzados franceses en el Tercer Reich, donde descubrieron que la cultura cristiana entre ellos ya no existía: “Mi latín, liturgia, teología, Misa, mis oraciones, vestiduras sacerdotales, todo esto hacía que era para ellos otra persona, un fenómeno curioso, alguien como pop o bonzo japonés”, recordaba uno de estos sacerdotes. En 1943, el Arzobispo de París fundó un seminario especial que preparaba a los sacerdotes para trabajar entre los obreros, donde uno de los elementos de la educación era un período de prácticas en una fábrica. Al año siguiente, los primeros sacerdotes comenzaron a trabajar en las plantas industriales de París.

Padre Georges Michonneau.

La siguiente etapa del viaje de Karol Wojtyła fue París. Durante su estancia de dos semanas allí, conoció a un teórico del nuevo movimiento, padre Georges Michonneau, autor del libro “Parroquia, comunidad misionera”, un informe sobre el trabajo en los suburbios lejanos de París. Wojtyła lo visitaba en su parroquia de Colombes, en los límites de la aglomeración de París. Vio sacerdotes que trataban de hacer su vida similar a la de los feligreses. El principio era vivir en un nivel ligeramente por debajo del nivel de vida de los habitantes, con la total renuncia a los honorarios por los servicios pastorales. Los sacerdotes sustentaban la parroquia con donaciones voluntarias y vivían del trabajo físico. “Trabajar juntos vence la actitud hostil, une a las personas con un arte común, una cierta comunidad de los intereses de la vida”, escribía el padre Wojtyla en Tygodnik Powszechny. Le atraía el tema religioso de trabajo codo con codo con los feligreses, indicado por los sacerdotes-obreros: durante la misa, el sacerdote hace una ofrenda en el altar, en la que se debe incluir todo el esfuerzo de los fieles. La participación directa del sacerdote en su esfuerzo diario puede permitirle “unir esta ofrenda  de una manera más personal con todo lo que su entorno puede ofrecer al Padre Celestial”.
Ver, juzgar, actuar
Nueve años antes, en 1938, 75.000 jóvenes obreros con boinas y uniformes se habían reunido en el Parque de los Príncipes de París. En las manos sostenían antorchas y estandartes. Como escribió un periodista de la revista británica “Time”, sería difícil distinguirlos del grupo de jóvenes comunistas, si no fuera por el hecho de que todos se arrodillaron ante la cruz en presencia del arzobispo. Eran miembros de Jeunesse ouvrière chrétienne (JOC; Juventud Obrera Cristiana), una dinámica organización obrera (en Europa tenía alrededor de medio millón de miembros), que se habían reunido para celebrar el aniversario del surgimiento del movimiento.

Reunión de los miembros de la Juventud Obrera Cristiana en París en 1937

A principios de agosto de 1947, el padre Karol Wojtyła dejó París y se fue a Bélgica para familiarizarse con las actividades de la JOC en el lugar donde se fundó la organización: en Bruselas, en la parroquia del padre Joseph Cardijn, su fundador. En ese momento, la JOC parecía ser la mejor respuesta de la Iglesia a la secularización de los obreros y la creciente influencia del marxismo entre ellos. A veces de la JOC procedían los sacerdotes obreros, pero el propio Cardijn se oponía al movimiento. “Un sacerdote obrero nunca puede ser un verdadero obrero, porque en cualquier momento puede dejar de serlo”, afirmaba. En la JOC, los sacerdotes debían realizar tareas pastorales y la construcción de una cultura justa basada en la doctrina social católica, Cardijn quería dejarla a los miembros jóvenes.

Consideraba que los jóvenes bien formados son capaces de cambiar el mundo que les rodea. Les recomendaba el método “ver-juzgar-actuar”, según el cual debían en pequeños grupos aprender a observar con atención los problemas de los demás, analizarlos juntos y actuar para restablecer la justicia.
Auténtico modelo del activismo
Wojtyła tuvo la oportunidad de conocer al carismático fundador de la JOC en Roma porque Cardijn muchas veces estuvo de visita en el Colegio Belga. Sus puntos de vista a menudo despertaban controversias debido a las sospechas de simpatías marxistas. De hecho, Cardijn estudiaba intensamente la obra de Karl Marx cuando durante la Primera Guerra Mundial fue arrestado por las actividades patrióticas. En 1919 fundó el movimiento de jóvenes sindicalistas, con lo que suscitó la resistencia de una parte de la Iglesia, pero pronto comenzaron a aparecer más y más palabras de reconocimiento. “¡Por fin alguien viene a hablarme de las masas!”, dijo el Papa Pío XI sobre él y denominó su trabajo un “auténtico modelo” de activismo social. Después de la guerra, operaba ya con plena aprobación de la Iglesia. Contribuyó mucho al contenido del Concilio Vaticano II. Poco antes de su muerte, en 1967, fue elevado al rango de cardenal. En 2014 comenzó el proceso de su beatificación.

Padre Joseph Cardijn.

Karol Wojtyła estaba muy impresionado por sus actividades. En Bruselas vivía en un piso de la JOC y conoció de cerca a esta organización. En septiembre se trasladó a los alrededores de Charlerois, donde trabajó durante un mes como capellán de la clase obrera de la Misión Católica Polaca en Bélgica. Una semana vivió entre los mineros en el pueblo de Péronnes-lez-Binche. Trataba de participar lo más posible en sus vidas, bajó a la mina, acompañó a un enfermo que había perdido la salud en la mina. Durante un mes llegó a amistarse con sus feligreses temporales y, como recordaba el padre Stanisław Starowieyski, “fue despedido por ellos calurosamente”.
Radicalismo evangélico
La última parada del gran viaje de Wojtyla fue Ars, un pequeño pueblo cerca de Lyon, donde hace cien años era párroco San Juan María Vianney, conocido por su total dedicación a sus feligreses. Muchos años después, en una conversación con André Frossard, Juan Pablo II dijo: “Si Juan Vianney viviera en nuestra época, seguramente trataría de trasladar todo el heroísmo de la vida sacerdotal, todo ese radicalismo evangélico que emana de su persona, al contexto de las condiciones del apostolado y sacerdocio contemporáneos. ¿Es posible pensar que se convertiría en un sacerdote obrero? Creo que es posible, si tenemos en cuenta esta radicalidad evangélica que también se encierra en este concepto de la vida sacerdotal”.

Fue en 1982, y en 1985, en la tumba del cardenal Joseph Cardijn en Bruselas, Juan Pablo II dijo: “Lo que más llamaba la atención en la personalidad de Cardijn era su gran amor por los obreros y sus familias. Siendo vicario, aquí en Laeken, reunió a los jóvenes obreros y obreras, les reunió alrededor de sí y animaba a aquellas personas que no podían salir por sí solas de una situación difícil”. Escribiendo la encíclica “Laborem exercens”, publicada en 1981, en la que abordó el tema del trabajo humano, Juan Pablo II aún tenía ante sus ojos estas experiencias de su juventud. El trabajo de los sacerdotes Jacques Loew, Georges Michonneau y Joseph Cardijn, que contemplaba con admiración durante las largas vacaciones de 1947, quedó profundamente grabada en su memoria.
Laborem exercens
No se puede hablar de una influencia directa de estas experiencias en el contenido de la encíclica. Sin embargo, el viaje por Europa Occidental fue un paso importante para el joven sacerdote en el camino hacia una mejor comprensión del tema del trabajo. En la preocupación por un trato digno a los trabajadores, que resuena en la encíclica, se oye el eco de la lucha de sus mentores de ese período por una vida mejor de los obreros. Su aprecio por un trabajo simple y monótono, como el de un estibador o el de una cadena de producción, puede reconocerse en las palabras de la encíclica: “suponiendo que diversos trabajos realizados por las personas puedan tener un mayor o menor valor objetivo, debe subrayarse que cada uno de ellos se mide, sobre todo, por la medida de la dignidad del propio sujeto del trabajo, es decir, la persona: el hombre que la realiza”. Y la medida de la dignidad humana es infinita, “un joven obrero vale más que todo el oro del mundo”, como repetía el padre José Cardijn.

Sobre todo, sin embargo, ya en esta etapa temprana de conocimiento del mundo del trabajo, el padre Karol Wojtyła notó que el trabajo, aunque puede ser de gran valor, nunca es un fin en sí mismo. Como escribió en un artículo sobre sacerdotes obreros para “Tygodnik Powszechny”, el trabajo debe servir para construir una cultura, “un nuevo tipo de cultura cristiana”. Pues veía el papel del hombre trabajador tal como lo propuso Joseph Cardijn en el método “ver-juzgar-actuar”: el objetivo de la actividad del hombre, objetivo de todo trabajo, debe ser construir la justicia, en lo social y en lo personal: “El trabajo es un bien para el hombre – es un bien de su humanidad –, porque mediante
el trabajo el hombre no solo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido «se hace más hombre»”.

Autor del texto: Ignacy Masny,
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